Hoy estamos aquí para celebrar la jubilación de dos de nuestros compañeros, Paco Cabrera y Pepe Reynier.
Qué error. Si os soy sincera, siento una profunda envidia por ambos. A mí siempre me ha parecido la jubilación una etapa dorada, una etapa para disfrutar, sin presiones, de todo aquello que tanto trabajo nos ha costado construir.
No nos engañemos, tanto que nos venden la juventud y, si hacemos memoria, nos hemos pasado esos años corriendo entre pañales, facturas, hipotecas, hospitales y disgustos varios.
Alguna copilla de vino nos hemos llevado entre pecho y espalda, pero nos lo hemos bebido como se nos han pasado esos años, deprisa y casi sin darnos cuenta.
La jubilación es una etapa de cosecha, de por fin poder leernos los libros que nos gustan, disfrutar de los niños sin el agobio de la responsabilidad, comprender realmente a las personas que queremos y nos quieren.
Así que sí, claro que os envidio. Me cambiaría por vosotros ahora mismo si se pudiera.
En una jubilación, los que pierden no son los que se van, sino los que se quedan, privados de la compañía y el apoyo de compañeros a los que se echa de menos y a los que hay que sustituir como se pueda, sin conseguirlo nunca del todo.
Cada persona que se va deja una estela de trabajo bien hecho, de esfuerzo, de ánimo, que no se puede volver a generar.
Paco y Pepe son dos personas completamente diferentes, a los que echaremos de menos por motivos distintos. Para mí, Paco siempre ha sido el caballero, la persona equilibrada y afectuosa que ha sabido siempre estar en su lugar y ser el compañero perfecto.
Pepe, en contraste, ha sido nuestro motor, la chispa alegre que nos ha puesto en marcha, la manta en la que nos hemos cobijado en tiempos que no siempre han sido buenos.
La verdad es que no sé cómo nos apañaremos sin ellos, porque nuestra vida seguirá sin duda, pero no será tan buena ni tan rica como hasta ahora.
No creo que podáis estar tristes en este día. Ahora por fin os podréis dedicar a esas cosas que amáis.
Paco, como hombre reflexivo y meditativo, podrá poner todas sus energías en esa rica vida interior que ha volcado en la religión.
Pepe, seguro que estará ya planeando su siguiente aventura, su siguiente viaje. Somos nosotros los que nos quedamos aquí muertos de envidia, esperando que llegue nuestro momento de poder volver a lo que realmente amamos, aunque tal y como están las cosas, a saber si disfrutaremos de este privilegio, por otra parte, tan merecido.
No os vamos a decir adiós con cara triste. Os decimos adiós y para siempre, pero con alegría, porque una parte de vosotros se queda aquí. Nos acordaremos de vosotros cuando llegue alguno de esos momentos que hemos compartido en el pasado y de ese modo será como si nunca os hubierais ido.
...amigos Paco y Pepe, os recordaremos siempre. Un abrazo
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