domingo, 28 de mayo de 2017
Discurso graduación 2017
Ángela:
Buenas noches, gente
importante: Tras un largo camino no exento de dificultades podemos hoy
reunirnos para celebrar que hemos cumplido nuestro objetivo, terminar
Bachillerato. Ahora estamos a rebosar de maquillaje para ocultar las ojeras de
estos últimos días, que los hemos pasado sin apenas dormir, comiendo poco y con
la cordura bajo mínimos, solo sustentada por la esperanza de que este día
llegara al fin.
Sin embargo, hoy es un punto y aparte en nuestra historia, una
historia marcada por exámenes imposibles, calificaciones esquivas y borrosos
viernes noche. No ha sido fácil, nadie dijo nunca que lo fuera, pero como el
Ulises victorioso, podemos volver hoy habiendo cumplido nuestra Odisea.
Alejandro:
Es un hecho
inexplicable que nosotros, el autoproclamado peor curso de la historia, nos
hayamos pasado 2º de Bachillerato.
No sabemos todavía cómo lo hemos hecho:
quizás en el futuro investiguen cómo sobrevivimos a tantas noches en vela
estudiando historia, cómo no nos explotó la cabeza al intentar memorizar
autores de literatura o aquellas pesadillas en las que nos levantábamos
envueltos en sudor y solo podíamos recordar la cara hostil de un logaritmo
neperiano salvaje que intentaba estrangularnos.
¡Incluso ahora no puedo evitar
que me tiemblen las manos cuando alguien nombra a Platón! Pero no toda nuestra
estancia fue negativa; con todo el tiempo que hemos pasado aquí (algunos más,
otros menos y otros lo que les quedará todavía) siempre tendremos también
buenos recuerdos: esos cuadros abstractos dibujados sobre los apuntes con los
que nos deleitaba Carlos (o sus míticas conversaciones que no venían a cuento
por el grupo) , las frases de Javier, que siempre decía lo primero que se le
pasaba por la cabeza, la maestría de Víctor con los cubos de Rubik, que
llegaría a fundar una secta alrededor de ellos o Pili, nuestra voluntaria
oficial, siempre la única que salía a leer.
Ángela:
Y es que el nuestro
ha sido un curso bastante particular, no hay duda, ¿o debemos nombrar al azote
de los profesores a base de preguntas, Laura Olmo? U Oscar y Pablo, famosillos
del instituto por sus hazañas, como la aventura de la camiseta. Sara e Irene,
que tosían siempre que había demasiado silencio. Antonio Luís, nuestro Maluma
particular. Y por supuesto, Antonio, nuestro ninja de la informática con su
característica llamada biológica.
Todos nosotros, hace un par de años, cuando
empezamos, éramos desconocidos, pero en este período hemos convivido de tal forma
que ahora se nos hará harto complicado acostumbrarnos a no estar con nuestros
compañeros. Y es que, cada uno con nuestras diferencias o peculiaridades que
nos hacían únicos complementábamos al conjunto formando una clase que bien
podría haber salido de un capítulo de “Juego de Tronos”
Alejandro:
Pero también hay que
hablar de la otra cara de la moneda: los profesores. Ellos son esa ignota
especie de sumos inquisidores que juzgan a temerosos estudiantes, los que, por
alguna extraña variedad de síndrome de Estocolmo, incluso les cogen cariño al
final. Aprovechemos ahora, que las notas ya están puestas, para invertir los
papeles y calificarlos nosotros, por supuesto, evitando el uso de adjetivos
especificativos para poder pasar la prueba de la censura.
Hablemos de don Blas,
por ejemplo, sus exámenes de matemáticas eran difíciles, no sé si os imagináis
cuanto: unos instantes antes del examen todos estamos confiados, creyendo que
lo sabemos todo, pero al leer el primer enunciado, ¡estamos tan confusos que nos
suspendemos a nosotros mismos! Muchos, al final, pensamos en recurrir al
soborno a base de jamones para aprobar por los pelos.
Y hablando de pelos,
¿quién no recordará a Bartolomé? Nuestro Da Vinci personal, que lo mismo
programaba un dron o fabricaba una rampa ¡o simplemente hacía “spam” de sus
proyectos cuando le daba la gana! Auxi en sus clases de física, con esos
powerpoints mata-miopes con los que a veces achinabas tanto los ojos para ver
las fórmulas que luego eras incapaz de despegar los párpados.
¡Cómo olvidar las
clases de don José María Escribano (con su lesión a última hora)! Allí nos
enfrentábamos a uno de nuestros mayores miedos: las elipses, una perversa forma
geométrica que había que trazar a mano alzada, trasformando el dibujo técnico
en abstracto, donde en lugar de elipses se podían distinguir huevos fritos,
boniatos o patatas.
¡Y por supuesto, el inmortal don Antonio Tamajón! Él era la
persona por la que nos animábamos a levantarnos a las 5 de la madrugada para
fotografiar la luna, saltarnos clases de lengua para asistir a sus conferencias
o como diría él mismo, para “tirarnos de la moto sin casco”. Aunque ya no nos
da clase, ha quedado como una leyenda, un mito solo comparable al de su
pegamento invisible.
Ángela:
Nunca olvidaremos las interesantísimas batallitas de César o
Salustio en ese idioma tan bonito y sencillo que era el latín que dábamos en
las clases de doña Marta, a la que ahora podemos decir que este verano sí que
nos dedicaremos a la vida contemplativa. Doña Juana, a la que prácticamente
clavábamos una aguja en la retina al cometer ciertos crímenes contra la
humanidad en forma de faltas ortográficas.
Don Eugenio, el ganador oficial de
los 50 temas vallas. O don Rafael Cuevas, que nos quitaba parte del temario
para que no nos aburriéramos en la universidad. También podemos nombrar la
curiosa mecánica de don José Manuel y doña Ana, en cuyos exámenes caían dos
temas, pero solo preguntaban uno, por lo que las clases anteriores a los
exámenes se convertían en una suerte de mercado negro de adivinos y pitonisos
que mediante complejos algoritmos matemáticos o magia negra intentaban
descubrir el tema que caería. ¡Y un saludo a doña Susana, cuya venta de
entradas exprés de Ricky Martin nos dejó casi tan desconcertados como el
“superhombre” a Nietzsche!
Alejandro:
Este elenco de
personajes conformaba el curioso esperpento que era nuestra vida académica y,
cada uno a su manera, consiguió que cada capítulo de nuestra estancia entre
esas tres paredes flanqueadas por una pizarra que llaman clase se sintiera
especial. Sin embargo, es la hora de despedirlo.
Es el momento de decir adiós y
bajar el telón tras este primer acto de nuestra vida, porque, por suerte o por
desgracia, esto se ha acabado... En realidad no es estrictamente cierto, claro:
nos esperan 2 semanas estudiando selectividad, luego selectividad en sí, luego
todo el verano echando matrículas, entre 4 y 8 años de carrera y 60 años
cotizando.
Pero para lo que hoy respecta, hemos terminado nuestra labor. Todo
lo que vendrá a continuación formará parte de otra etapa, marcada por cambios
tan trascendentales como que, al fin y al cabo, muchos abandonaremos este,
nuestro pueblo, quizás para no volver nunca.
Por ello, solo puedo acabar con un
mensaje de optimismo para nosotros, estudiantes, ¡si hemos podido con esto, nos
pueden echar lo que quieran! Y para el resto, solo puedo sacar a relucir mi
vena cinéfila para recordaros: hemos visto cosas que vosotros no creeríais,
aprobar exámenes a la desesperada a base de vídeos de “unicoos”, hemos visto
cubos de Rubik asomar en nuestras mochilas justo cuando teníamos que estudiar.
Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
Es hora de la Universidad.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)